Autor/es: Mamerto Menapace
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No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo.
Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el
Dios de la historia venga, nos mirará las manos.
El hombre de la tierra no tiene el poder de suscitar la primavera. Pero
tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la primavera. Y es así
que la primavera lo encuentra sembrando. Pero no sembrando la primavera;
sino sembrando la tierra para la primavera. Porque cada semilla, cada vida
que en el tiempo de invierno se entrega a la tierra, es un regalo que se
hace a la primavera. Es un comprometer las manos con la historia.
Sólo el hombre en quien el invierno no ha asesinado la esperanza, es un
hombre con capacidad de sembrar. El contacto con la tierra engendra en el
hombre la esperanza. Porque la tierra es fundamentalmente el ser que
espera. Es profundamente intuitiva en su espera de la primavera, porque en
ella anida la experiencia de los ciclos de la historia que ha ido haciendo
avanzar la vida en sucesivas primaveras parciales.
En este momento de salida del invierno latinoamericano es fundamental el
compromiso de siembra. Lo que ahora se siembra, se hunde, se entrega, eso
será lo que verdeará en la primavera que viene. Si comprometemos nuestras
manos con el odio, el miedo, la violencia vengadora, el incendio de los
pajonales, el pueblo nuevo sólo tendrá cenizas para alimentarse. Será una
primavera de tierras arrasadas donde sólo sobrevivirán los yuyos más
fuertes o las semillas invasoras de afuera.
Tenemos que comprometer nuestras manos en la siembra. Que la madrugada nos
encuentre sembrando. Crear pequeños tablones sembrados con cariño, con
verdad, con desinterés, jugándonos limpiamente por la luz en la penumbra
del amanecer. Trabajo simple que nadie verá y que no será noticia. Porque
la única noticia auténtica de la siembra la da sólo la tierra y la
historia, y se llama cosecha. En las mesas se llama pan.
Si en cada tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres se comprometen
en esa siembra humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos.
Porque nuestra tierra es fértil. Tendremos paz y pan para regalar a todos
los hombres del mundo que quieran habitar en nuestro suelo.
Si amamos nuestra tierra, que la mañana nos encuentre sembrando
(del Libro "LA SAL DE LA TIERRA" de MAMERTO MENAPACE
Monje Benedictino, hombre de campo y poeta)